jueves, 28 de mayo de 2009
lunes, 18 de mayo de 2009
Smatphone: Crónica de una compra por un usuario desconectado
Tengo que confesarlo. Cuando era joven, feliz e indocumentado, que diría Gabriel García Márquez, andaba por el mundo sin reloj. No me hacía falta. La mayor parte de las veces no me importaba; y cuando no era así, me bastaba con pedir la hora.
Ahora uso un reloj de pulsera y voy por la vida con un celular que mantengo apagado siempre que puedo. Y no es que no piense que se trata de un aparatito útil. Lo es y mucho. Gracias a él mis hijos (jóvenes, felices e indocumentados) pueden decirnos dónde andan y cuándo regresarán a casa. No, sino me quejo.
También sirve en el trabajo. Cuando estoy atrapado en el tráfico de la ciudad de México (o sea siempre que estoy en el tráfico), el celular me permite avisar a mi asistente para que ella, a su vez, avise a la persona que voy a ver que estoy retrasado (o viceversa). De hecho, más de una vez me ha servido para enterarme que se suspendió la cita cuando estoy a medio camino. No, sino me quejo.
Pero no me gusta que los clientes me llamen, por lo que rara vez doy mi número. No me gusta estar disponible para aquellas personas que, porque siempre están disponibles, consideran una afrenta personal que uno no esté las 24 horas localizable.
Tampoco me gustan las personas que interrumpen la plática o la junta para tomar llamadas como si uno no estuviera ahí…
Me disgustan profundamente los siempre conectados que, mientras uno habla, checan su celular o mandan mensajes de quien sabe qué a quien sabe quién. Lo veo como una muestra más de la incapacidad creciente de comunicación del hombre y mujer modernos.
También pienso que tanta conectividad es mala para el trabajo. He tenido juntas telefónicas con personas que van caminando por la calle rumbo a otra junta, que no piensan lo que dicen, no escuchan lo que oyen, y no se acuerdan de lo acordado.
Entonces, ¿qué hago escribiendo de las bondades de un smartphone? Bueno, déjenme explicarles. Un colega me pidió un artículo sobre estos aparatos más o menos inteligentes precisamente porque soy un abogado del diablo en estado natural. Y qué se le va a hacer. La amistad pesa y, además, la paga es buena.
El horror de estar siempre conectado
Así que puse manos a la obra y empecé a investigar. Lo primero que descubrí y que seguramente todo mundo sabe, es que los smartphones van más allá de ofrecer servicios de voz, calendarios y juegos.
Estos aparatos, me dicen los expertos, permiten tomar fotos y video, sincronizar e.mails y navegar en Internet. Los hay, incluso, con teclado especial que facilita la transmisión de mensajes de texto (que nunca he aprendido a enviar en mi viejo Nokia), así como la creación de correos, lo que me resulta atractivo.
¡Hay de mí! Cuando comenzaba a entusiasmarme uno de esos fanáticos usuarios —que se dedica a escribir de tecnologías de la información, y a quien le he visto comprar una inmensa cantidad de juguetes, la mayoría de los cuales sufren su abandono en cuanto aparece la siguiente novedad— me dice entusiasmado: “vamos anímate, vas a ver lo padrísimo que es estar las 24 horas conectado los 365 días del año”.
Sufrí un shock imaginándome un ser omnipresente, que siempre está ahí para lo que guste su merced.
Otro amigo, más mesurado, intercedió por mí. “Lo estás asustando”, dijo comprensivo, aunque un tanto condescendiente. Luego habló de algo que ya me pareció más interesante: “Vas a ver lo maravilloso que resulta que en un mismo aparatito tomes llamadas, recibas tus correos personales y de negocios, manejes tu lista de contactos y agenda.
“Bueno, aunque no quisiera, tengo que reconocer que eso sería bueno para la chamba (trabajo)”, dije ya un tanto convencido.
Docenas de aplicaciones ¿útiles?
Esto bastó para que mis amigos me abrumaran con más y más usos. “Hay montones de aplicaciones y herramientas de productividad como lectores de archivos PDF y hojas de cálculo Excel”, me dijeron y yo traté de imaginarme, sin lograrlo, revisando los estados financieros de la agencia en mi celular o viendo los originales electrónicos de una revista en la pantallita.
Pero no pararon ahí su ataque: “Puedes tomar y recibir fotos y video, tener juegos 3D y escuchar música”, dijeron henchidos de orgullo tecnológico.
“Bueno –pensé--, esto último no suena mal”. Y entonces me oí decir algo que nunca imaginé que sucedería:--Está bien, me convencieron, le entro. ¿Cuál compro?
Tras un largo silencio que me hizo sentir como el estudiante que dijo una gran tontería en clase, uno de ellos me advirtió:
--No mi estimado, la cosa no es tan fácil. Primero tienes que decidir de qué tipo lo quieres: BlackBerry, Microsoft Windows Mobile for Smartphone, Palm OS o Symbian.
Mi cara debió de haber sido un poema.
--¿Cuál es la diferencia? –pregunté tartamudeando. Y me explicaron…
Esto es un resumen de lo que me acuerdo que me dijeron orgullosos de su conocimiento técnico.
¿Invertir o gastar?
Los BlackBerry (porque hay varios, me advirtieron) son ideales para quienes quieren estar al día en todo lo que se refiere a correo electrónico, porque facilitan su envío y recepción, pero tienen pocas aplicaciones desarrolladas para sacarle todo el jugo al sistema.
Los Microsoft o Windows Smartphones facilitan la sincronización con la PC y cuentan con una aplicación muy similar al Outlook.
Los Palm OS son los más fáciles de manejar. Resultan ideales para administrar la información personal, hay cientos de aplicaciones disponibles y cuentan con el respaldo que da la experiencia de muchos años de estar en los PDA.
Por último están los Symbian, muy populares en Estados Unidos y Europa. Entre sus ventajas destacan que utilizan menos memoria y energía de la batería que los Windows Smartphones.
Terminada la lección, me aventuré a decir que, dado que lo que más me interesaba era el correo electrónico, me inclinaba por un BlackBerry. Aquí se dividieron las opiniones y la asesoría terminó en una amarga discusión entre mis amigos. Por lo que decidí que lo mejor sería hacer mutis e ir, yo solito y con esta información a cuestas, a comprar uno de estos teléfonos inteligentes. Ellos, me parece, siguen discutiendo…
Tras mirar unos y otros, cuyo proceso me llevó algunas tardes, seguí la recomendación de un socio enamorado de su Blackberry. “Para lo que lo quieres es lo mejor” me dijo. “Pero fíjate que tenga teclado Qwerty, porque es más fácil de usar y tu eres muy torpe”, añadió con un tono burlón, al que ya estoy acostumbrado porque soy famoso por mi incapacidad para cambiar un foco.
Y entonces fui y compré el BlackBerry 8300, un lindo aparato que cabe en mi bolsa, de color mercurio y bordes redondeados. Este aparato es el más pequeño y ligero del mercado, según me dijeron; cuenta con teclado Qwerty que, efectivamente, es fácil de usar aún para un manazas como yo; e incorpora numerosas funciones, como cámara 2.0 MP, reproductor multimedia, memoria ampliable, marcación por voz, mapas y navegación por trackball (que la verdad no sé qué significa).
Pero lo mejor es que mi smartphone tiene correo electrónico, mensajes de texto (más fáciles de escribir con este teclado), mensajería instantánea, explorador Web y ¡hasta teléfono!
Además incluye agenda, bluetooth, calculadora, calendario, chat móvil, convertidor de divisas y no sé cuantas cosas más que mi hijo descubrió cuando se lo mostré y que prometió enseñarme a usar…cuando tenga tiempo. Él, no yo, por supuesto. Ya les contaré si no es que antes de que eso suceda ya compré un 3G.
Ahora uso un reloj de pulsera y voy por la vida con un celular que mantengo apagado siempre que puedo. Y no es que no piense que se trata de un aparatito útil. Lo es y mucho. Gracias a él mis hijos (jóvenes, felices e indocumentados) pueden decirnos dónde andan y cuándo regresarán a casa. No, sino me quejo.
También sirve en el trabajo. Cuando estoy atrapado en el tráfico de la ciudad de México (o sea siempre que estoy en el tráfico), el celular me permite avisar a mi asistente para que ella, a su vez, avise a la persona que voy a ver que estoy retrasado (o viceversa). De hecho, más de una vez me ha servido para enterarme que se suspendió la cita cuando estoy a medio camino. No, sino me quejo.
Pero no me gusta que los clientes me llamen, por lo que rara vez doy mi número. No me gusta estar disponible para aquellas personas que, porque siempre están disponibles, consideran una afrenta personal que uno no esté las 24 horas localizable.
Tampoco me gustan las personas que interrumpen la plática o la junta para tomar llamadas como si uno no estuviera ahí…
Me disgustan profundamente los siempre conectados que, mientras uno habla, checan su celular o mandan mensajes de quien sabe qué a quien sabe quién. Lo veo como una muestra más de la incapacidad creciente de comunicación del hombre y mujer modernos.
También pienso que tanta conectividad es mala para el trabajo. He tenido juntas telefónicas con personas que van caminando por la calle rumbo a otra junta, que no piensan lo que dicen, no escuchan lo que oyen, y no se acuerdan de lo acordado.
Entonces, ¿qué hago escribiendo de las bondades de un smartphone? Bueno, déjenme explicarles. Un colega me pidió un artículo sobre estos aparatos más o menos inteligentes precisamente porque soy un abogado del diablo en estado natural. Y qué se le va a hacer. La amistad pesa y, además, la paga es buena.
El horror de estar siempre conectado
Así que puse manos a la obra y empecé a investigar. Lo primero que descubrí y que seguramente todo mundo sabe, es que los smartphones van más allá de ofrecer servicios de voz, calendarios y juegos.
Estos aparatos, me dicen los expertos, permiten tomar fotos y video, sincronizar e.mails y navegar en Internet. Los hay, incluso, con teclado especial que facilita la transmisión de mensajes de texto (que nunca he aprendido a enviar en mi viejo Nokia), así como la creación de correos, lo que me resulta atractivo.
¡Hay de mí! Cuando comenzaba a entusiasmarme uno de esos fanáticos usuarios —que se dedica a escribir de tecnologías de la información, y a quien le he visto comprar una inmensa cantidad de juguetes, la mayoría de los cuales sufren su abandono en cuanto aparece la siguiente novedad— me dice entusiasmado: “vamos anímate, vas a ver lo padrísimo que es estar las 24 horas conectado los 365 días del año”.
Sufrí un shock imaginándome un ser omnipresente, que siempre está ahí para lo que guste su merced.
Otro amigo, más mesurado, intercedió por mí. “Lo estás asustando”, dijo comprensivo, aunque un tanto condescendiente. Luego habló de algo que ya me pareció más interesante: “Vas a ver lo maravilloso que resulta que en un mismo aparatito tomes llamadas, recibas tus correos personales y de negocios, manejes tu lista de contactos y agenda.
“Bueno, aunque no quisiera, tengo que reconocer que eso sería bueno para la chamba (trabajo)”, dije ya un tanto convencido.
Docenas de aplicaciones ¿útiles?
Esto bastó para que mis amigos me abrumaran con más y más usos. “Hay montones de aplicaciones y herramientas de productividad como lectores de archivos PDF y hojas de cálculo Excel”, me dijeron y yo traté de imaginarme, sin lograrlo, revisando los estados financieros de la agencia en mi celular o viendo los originales electrónicos de una revista en la pantallita.
Pero no pararon ahí su ataque: “Puedes tomar y recibir fotos y video, tener juegos 3D y escuchar música”, dijeron henchidos de orgullo tecnológico.
“Bueno –pensé--, esto último no suena mal”. Y entonces me oí decir algo que nunca imaginé que sucedería:--Está bien, me convencieron, le entro. ¿Cuál compro?
Tras un largo silencio que me hizo sentir como el estudiante que dijo una gran tontería en clase, uno de ellos me advirtió:
--No mi estimado, la cosa no es tan fácil. Primero tienes que decidir de qué tipo lo quieres: BlackBerry, Microsoft Windows Mobile for Smartphone, Palm OS o Symbian.
Mi cara debió de haber sido un poema.
--¿Cuál es la diferencia? –pregunté tartamudeando. Y me explicaron…
Esto es un resumen de lo que me acuerdo que me dijeron orgullosos de su conocimiento técnico.
¿Invertir o gastar?
Los BlackBerry (porque hay varios, me advirtieron) son ideales para quienes quieren estar al día en todo lo que se refiere a correo electrónico, porque facilitan su envío y recepción, pero tienen pocas aplicaciones desarrolladas para sacarle todo el jugo al sistema.
Los Microsoft o Windows Smartphones facilitan la sincronización con la PC y cuentan con una aplicación muy similar al Outlook.
Los Palm OS son los más fáciles de manejar. Resultan ideales para administrar la información personal, hay cientos de aplicaciones disponibles y cuentan con el respaldo que da la experiencia de muchos años de estar en los PDA.
Por último están los Symbian, muy populares en Estados Unidos y Europa. Entre sus ventajas destacan que utilizan menos memoria y energía de la batería que los Windows Smartphones.
Terminada la lección, me aventuré a decir que, dado que lo que más me interesaba era el correo electrónico, me inclinaba por un BlackBerry. Aquí se dividieron las opiniones y la asesoría terminó en una amarga discusión entre mis amigos. Por lo que decidí que lo mejor sería hacer mutis e ir, yo solito y con esta información a cuestas, a comprar uno de estos teléfonos inteligentes. Ellos, me parece, siguen discutiendo…
Tras mirar unos y otros, cuyo proceso me llevó algunas tardes, seguí la recomendación de un socio enamorado de su Blackberry. “Para lo que lo quieres es lo mejor” me dijo. “Pero fíjate que tenga teclado Qwerty, porque es más fácil de usar y tu eres muy torpe”, añadió con un tono burlón, al que ya estoy acostumbrado porque soy famoso por mi incapacidad para cambiar un foco.
Y entonces fui y compré el BlackBerry 8300, un lindo aparato que cabe en mi bolsa, de color mercurio y bordes redondeados. Este aparato es el más pequeño y ligero del mercado, según me dijeron; cuenta con teclado Qwerty que, efectivamente, es fácil de usar aún para un manazas como yo; e incorpora numerosas funciones, como cámara 2.0 MP, reproductor multimedia, memoria ampliable, marcación por voz, mapas y navegación por trackball (que la verdad no sé qué significa).
Pero lo mejor es que mi smartphone tiene correo electrónico, mensajes de texto (más fáciles de escribir con este teclado), mensajería instantánea, explorador Web y ¡hasta teléfono!
Además incluye agenda, bluetooth, calculadora, calendario, chat móvil, convertidor de divisas y no sé cuantas cosas más que mi hijo descubrió cuando se lo mostré y que prometió enseñarme a usar…cuando tenga tiempo. Él, no yo, por supuesto. Ya les contaré si no es que antes de que eso suceda ya compré un 3G.
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